La prisionera by Marcel Proust

La prisionera by Marcel Proust

autor:Marcel Proust [Proust, Marcel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1925-04-23T05:00:00+00:00


«¿Hace mucho que no lo ha visto?», pregunté yo al Sr. de Charlus, para parecer a un tiempo no temer hablarle de Morel y no creer que viviera completamente con él. «Esta mañana ha venido por casualidad cinco minutos, mientras yo estaba aún medio dormido, a sentarse al borde de mi cama, como si quisiera violarme». Al instante tuve la idea de que el Sr. de Charlus había visto a Charlie hacía una hora, pues, cuando preguntamos a una amante cuándo ha visto al hombre que es —lo sabemos y tal vez ella suponga que lo consideramos— su amante, si ha merendado con él, responde: «Lo he visto un instante antes de almorzar». Entre esos dos hechos la única diferencia es que uno es falso y el otro verdadero, pero uno es tan inocente o, si se prefiere, tan culpable. Por eso, no entenderíamos por qué la amante —y en este caso el Sr. de Charlus— elige siempre el hecho falso, si no supiéramos que esas respuestas van determinadas, sin que lo sepa la persona que las da, por varios factores que parecen tan desproporcionados con la insignificancia del hecho, que nos excusamos de tenerlos en cuenta, pero para un físico el lugar que ocupa la más pequeña bolita de saúco se explica por la acción, el conflicto o el equilibrio de leyes de atracción y repulsión que rigen mundos mucho mayores. Basta con que recordemos aquí el deseo de parecer natural y atrevido, el gesto instintivo de ocultar una cita secreta, una mezcla de pudor y ostentación, la necesidad de confesar lo que nos resulta muy agradable y mostrar que somos amados, una penetración de lo que sabe o supone —y no dice— el interlocutor, que, al ser superior o inferior a la suya, lo mueve ora a sobrestimar ora a subestimar el deseo voluntario de jugar con fuego y la voluntad de tenerlo en cuenta. Leyes diferentes, que actúan en sentido contrario, dictan igualmente las respuestas más generales respecto de la inocencia, el «platonismo» —o, al contrario, la realidad carnal— de las relaciones que se tienen con la persona a la que se dice haber visto por la mañana, cuando se la ha visto por la noche. No obstante, de forma general, digamos que el Sr. de Charlus, pese a la agravación de su mal, que lo movía perpetuamente a revelar, a insinuar, a veces simplemente a inventar, detalles comprometedores, intentaba, durante aquel período de su vida, afirmar que Charlie no era de la misma clase de hombre que él, Charlus, y que entre ellos sólo había amistad. Eso no impedía —aunque tal vez fuera verdad— que a veces se contradijese (como respecto de la hora en que lo había visto por última vez), ya fuera porque entonces dijese —olvidando su propósito— la verdad o porque prefiriera una mentira, para jactarse, o por sentimentalismo o por considerar ingenioso extraviar al interlocutor. «Ya sabe usted», continuó el barón, «que es para mí un buen amiguito, por el que siento



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